El avance se lleva también cosas bonitas– empujo más letras que dibujo y no puedo remediarlo-.
Echo de menos escribir a mano.
Bailar el lápiz.
Ensuciarme los dedos de tinta con complejo de libertad.
Equivocarme. Y tachar sin esconder. Morder indecisa la tapa, antes de dejar huella. Porque las palabras se camuflan bajo el típex, pero nunca desaparecen.
Hay una tecla asesina que calla los inconscientes. Y yo sólo pienso en arrugar el papel, no convencida.- y poder desplegar los errores, cuando me venga en gana, que para eso son míos-.
Divertirme por no entender mi propia letra. Pero siempre reconocerla.
Y esas tildes. Tildes gigantes, que acentúan sensaciones. Tildes sin medida.
No separar las yemas de los dedos, no se escurran las palabras. Dejarlas resbalar, como quien comete un desliz. Deslices con sabor a principio. Principios con olor a libros viejos.
Prolongar. Que es tan frío este teclado. Tan perfecto, que enmudece. Y de pronto, todos mimos.
Imborrable, como un pensamiento espontáneo. Y única. Inimitable, como un momento, quiero mi letra.
Inclasificable en tipo.Incorregible, ni en negrita, ni en cursiva. Y siempre en minúscula. Bueno, casi siempre.
Imperfecta como la vida. Que pasa sin darnos tiempo a corregirnos demasiado.
¿“Acaso las palabras se duermen cuando apagas el ordenador”?